miércoles, 13 de noviembre de 2013

EL SEMINARISTA DE LOS OJOS NEGROS 
MIGUEL RAMOS CARRIÓN


                           DESDE la ventana de un casucho viejo
abierta en verano,cerrada en invierno
por vidrios verdosos y plomos espesos ,
una salmantina de rubio cabello
y ojos  que parecen pedazos  de cielo ,
mientas la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo .
Baja la cabeza , sin erguir el cuerpo,
 marchan en dos filas pausados y austeros,
 sin mas nota alegre sobre  el traje negro
que la beca roja  que ciñe su cuello,
y que por la espalda casi roza el suelo.
Un seminarista, entre todos ellos,
marcha siempre erguido , con el aire resuelto.
La negra sotana dibuja su cuerpo
gallardo y airoso , flexible y esbelto.
El, solo a hurtadillas y con el recelo
de que su miradas observan los clérigos,
desde que en la calle vislumbra  a lo lejos
 a la salmantina de rubio cabello
 la mira muy fijo,con mirar intenso .
Y siempre que pasa le deja el recuerdo
de aquella mirada de sus ojos negros.
Monótono y tardo va pasando el tiempo
y muere el estío y el otoño luego,
y vienen las tardes plomizas de invierno.
Desde la ventana del casucho viejo
siempre sola y triste ;rezando y cosiendo
una salmantina de rubio cabello
 ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas  que van de paseo.
Pero no ve a todos. ve solo a uno de ellos,
su seminarista de los ojos negros;
cada vez que pasa gallardo y esbelto,
observa la niña que pide aquel cuerpo
marciales arreos.
Cuando ella fija sus ojos abiertos
con vivas y audaces miradas de fuego,
parece decirla:-¡te quiero!,¡te quiero!,
¡yo no es de ser cura, yo no pedo serlo!
¡Si yo no soy tuyo,me muero, me muero!
A la niña entonces se le oprime el pecho ,
la labor suspende y olvida lo rezos,
y ya vive solo en su pensamiento
el seminarista de los ojos negro.
En una lluviosa mañana de invierno
la niña que alegre saltaba del lecho,
oyó tristes cánticos y fúnebres  rezos ;
por la angosta calle pasaba un entierro.
Una seminarista sin duda era el muerto;
pues, cuatro, llevaban en hombros el féretro,
con la beca roja por encima cubierto,
y sobre la beca,el bonete negro.
Con sus voces roncas cantaban los clérigos
los seminaristas iban en silencio
siempre en dos filas hacia el cementerio
como por las tardes al ir de paseo.
La niña angustiada miraba el cortejo
los conoce a todos a fuerza de velos...
tan solo, tan solo faltaba entre ellos...
 el seminarista de los ojos negros.
Corriendo los años ,paso mucho tiempo...
y allá en la ventana del casucho viejo,
una pobre anciana de blancos cabellos,
con la tez rugo ya encorvada el cuerpo,
mientras la costura mezcla con el rezo ,
ve todas las tardes pasaren silencio
los seminaristas que van de paseo.
La labor suspende, la mira , y al verlos
sus ojos azules ya tristes y muertos
vierten silenciosas lagrimas de hielo.
Sola , vieja y triste , aun guardada el recuerdo
del seminarista de los ojos negros....




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